miércoles, 25 de mayo de 2011

Yo quiero seguir jugando


Alicia Yaiza, Al corro de la patata

En el patio del colegio o en la urbanización donde pasábamos los fines de semana y los veranos los juegos infantiles llegaban puntualmente en el momento preciso, año tras año. Parecía como si nuestras ganas de jugar a las gomas, a pulir cromos o a la comba tuvieran alguna relación con el ritmo cíclico de las estaciones. De esta forma, contábamos con la posibilidad de incorporarnos en juegos en los que el curso o las vacaciones pasadas solo habíamos sido espectadores, perfeccionarnos en ellos y así iniciar a otros niños.

Me siento incapaz de rescatar del pozo del olvido en qué estación o época del año se solía jugar a cada juego, pero todavía puedo verme con la cuerda en la mano, porque me había tocado parar, mientras cantaba:

Al pelotón, que entre el uno.
Al pelotón, que entre el dos.
Al pelotón, que entre el tres.
Al pelotón, que entre el cuatro.
Al pelotón, que entre el cinco.
(...)
Al pelotón, que salga el uno.
Al pelotón, que salga el dos.
Al pelotón, que salga el tres.
Al pelotón, que salga el cuatro.
Al pelotón, que salga el cinco.
(...)

Aún recuerdo lo que me costó aprender a entrar y salir del pelotón.

Con la pandilla de la torre jugábamos más a saltar a las gomas. Aunque suponga falta de modestia, tengo que decir que era bastante buena, ya fuera en los juegos más simples, como el que se practicaba con esta canción:

Fortunato, Fortunato,
no es un perro, ni es un gato.
Es un lobo muy sensato,
nuestro amigo, Fortunato.

O en aquel en que hacías líos imposibles con la goma elástica a la vez que girabas sobre ti misma, mientras cantabas:

Patinar, patinar.
Patinaba una chica en París.
Tropezó, resbaló,
y de morros al agua cayó.
como pre, como pre,
como premio le vamos a dar,
un vesti, un vesti,
un vestido para patinar.

Sin embargo, el juego de gomas que más nos gustaba era otro. O al menos eso creo, o quizá se trate del juego que más me gusta ahora, viéndolos todos desde esta edad adulta en la que me empeño una y otra vez en recuperar a la niña que fui. En este juego las niñas que paraban, sostenían las gomas elásticas estirando hacia arriba los brazos al máximo. La niña que jugaba alcanzaba las gomas desde dentro con los brazos, mirando a cada una de las niñas que paraban alternativamente, mientras hacía varios enredos con las gomas y entonaba esta canción:

Anclas, clas,
patanclas, clas,
azules, les,
y blancas, cas,
anclas, patanclas,
azules y blancas.

Cuando se acaba la canción tenías que salir de las gomas, siendo más rápida que las otras niñas que bajaban velozmente las gomas para atraparte.

Pasado el momento de la comba y las gomas, mientras masticábamos regaliz o lucíamos las pulseras de los chinitos de la suerte, volvían otros juegos que, aunque ya nos habían acompañado antes, acogíamos siempre con la ilusión con la que se recibe algo nuevo. Aún recuerdo con nostalgia aquellas filas paralelas de niños y niñas entre las que yo desfilaba entonando alguna de estas canciones:

 A la hoja, hoja verde
a la hoja del laurel
¡Del laurel!
Ha pasado una señora,
¿cuántas hijas tiene usted?
¡Tiene usted!
A esta no la quiero,
por fea y llorona,
a esta me la llevo,
por guapa y hermosa,
parece una rosa,
parece un clavel,
parece la hija de doña Isabel,
¡y lo es!



Soy capitán, soy capitán,
de un barco inglés, de un barco inglés,
y en cada puerto tengo una mujer.
La rubia es, la rubia es,
sensacional, sensacional,
y la morena tampoco está mal.
Si alguna vez, si alguna vez,
me he de casar, me he de casar,
me casaría ¿con?

Sin embargo, nunca fui una niña popular, así que pocas veces fui la elegida como hija de Doña Isabel ni como la posible esposa de aquel capitán inglés. Tal vez sea por eso que mi memoria me sitúa en el centro del juego, como protagonista.

Donde sí tenía un papel protagonista era sin duda en mi familia. Las modas en los juegos penetraban en casa y mi hermana y yo los practicábamos de forma incansable. Mi hermana me enseñó a jugar a las palmas al son de canciones como esta:

En la calle-lle veinticuatro-tro
ha sucedido-do un asesinato-to.
Una vieja-ja mató un gato-to
con la punta-ta del zapato-to.
Pobre vieja-ja, pobre gato-to
pobre punta-ta, del zapato-to.

Mi hermana también me enseñó otro juego mucho más complicado, cuya diversión consistía en que a medida que avanzaba la canción había que mover las manos con mayor rapidez. Nunca he sabido en qué lengua estaba compuesta la letra, o si se trataba de una lengua inventada. El caso es que ahora, cuando la canto, me suena a inglés, pero no lo podría asegurar.

Yes, yes ma baby
o one to saybe
o one to saybe
o one to three.

Parece que va llegando la hora de poner a reposar otra vez todos estos recuerdos, de dejar que estos juegos y canciones vuelvan a dormir en el pozo de mi memoria hasta que tenga que despertarlos de nuevo, ya sea en un nuevo intento de rescatar a la niña que fui o porque la niña que sigo siendo encuentre otros niños con los que jugar.

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