sábado, 26 de noviembre de 2011

De la Alta y la Baja cultura


Cartel promocional de la película Harry Potter y la Piedra Filosofal

Es un hecho que cualquier reflexión que hagamos sobre la formación del lector literario vendrá acompañada del eterno debate sobre la Alta y la Baja cultura. En esta ocasión, traigo aquí una modesta aportación crítica creada a partir de la lectura del siguiente artículo.


A partir de los diferentes temas abordados en el artículo a cerca de la literatura juvenil se pueden retomar algunos de los asuntos más discutidos en torno a la producción y recepción de libros para jóvenes.
El nuevo lector adolescente, como resultado de una educación sentimental cuyos principales referentes culturales han sido adquiridos a través de la cultura de masas, se ha incorporado a un mercado de consumo globalizado donde el libro se ha convertido en una mercancía más. El sector del libro ha reaccionado rápidamente ante las nuevas circunstancias y ya no se dirige al mediador adulto (el maestro o el padre) sino a su lector final. Sin embargo, el adolescente sigue siendo un lector en formación que “sigue necesitando (...) la tutela de un experto”[1]. Es cierto que estos libros que no forman parte del “canon” literario aglutinan a los lectores fuera del ámbito escolar, donde la función del mediador está más presente, aunque pueda verse reducida al papel de consejero. Por otro lado, es en el espacio escolar donde el lector podría extraer todos los significados de esas narrativas complejas de las nuevas lecturas adolescentes que les proponen las editoriales. Antonia María Ortiz Ballesteros[2] nos da las claves para llevar la lectura al aula y contribuir a la educación lectora. Son las siguientes: la interdisciplinariedad, la intertextualidad y la literatura comparada; y la relación de la lectura con otros códigos.  Así, con la lectura de la saga de Harry Potter se pueden trabajar en el aula la tradición anglosajona de seres fantásticos y de la noche de brujas, el mundo de la magia desde la leyenda del Rey Arturo y el Mago Merlín, la mitología grecolatina y la tradición alquímica. De esta manera, se podrían presentar a los estudiantes toda una serie de referentes comunes de la tradición occidental canónica a partir de una serie de libros no admitidos por el canon. Además, si se trabajara con las películas, estaríamos ante un ejemplo de cómo un producto de la cultura de masas es transmisor de la Alta cultura.

Llegados a este punto en el que hemos entrado de lleno en el debate sobre qué son la Alta y la Baja cultura, me gustaría hacer una reflexión de cómo determinadas manifestaciones culturales consideradas como pertenecientes a la cultura de masas, son producto del bricolaje o bricoleur, siguiendo la terminología del antropólogo Lévi-Strauss, de referencias de series televisivas, películas, cómics y también de obras literarias. De igual modo, querría demostrar que responden, al igual que las formas culturales de la tradición, a un nuevo afán de explicar el orden del mundo. 


Para hacer esta reflexión me centraré en el caso de la serie televisiva Lost (2004-2010). Gemma Lluch expone en su artículo qué recursos narrativos han sido trasladados de la serie a la literatura juvenil. En mi caso, intentaré exponer las deudas que ha contraído la serie televisiva con la cultura canónica. Para ello, he seguido el análisis que el profesor de antropología Manuel Delgado hace de la serie en su bloc, en el post titulado “Deconstruyendo Lost. La isla como puente y como frontera”, donde sistematiza las referencias de la Baja y la Alta cultura que están en el argumento y en la ideología de la serie. Como he apuntado antes, me interesan en este caso las relaciones que establece con la Alta cultura.


En este sentido, Manuel Delgado apunta la influencia de novelas como La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, Él péndulo de Focault de Humberto Eco, El señor de las moscas de William Golding y La isla misteriosa de Julio Verne. Si bien es cierto que de estas obras literarias se extraen muchos de los elementos propios de la narrativa de aventuras como el aislamiento de los personajes en un determinado lugar, normalmente en una isla, o el enfrentamiento encarnizado y brutal entre los personajes por la supervivencia; el antropólogo va más allá, para encontrar las fuentes ideológicas de dónde bebe el significado profundo de la serie. Se trata de una interpretación espiritual que nace de la convivencia de varias líneas de pensamiento místico, como el neognosticismo y el neoorfismo, propios de los años 60. Estas líneas de pensamiento son herederas, a su vez, de la tradición cristiana y de la mitología griega. De toda esa tradición se nutre la serie en el planteamiento de los personajes protagonistas como principios antagónicos (el Bien frente al Mal), y en la condición de la isla como umbral entre tres mundos: el Cielo, el Infierno y el mundo de los vivos. En la figuración de la isla como ámbito fronterizo reside toda una tradición que ha creado diversas formas de antesalas al mundo de los muertos. Manuel Delgado apunta las principales referencia en su post: el Antepurgatorio de La divina comedia de Dante (1321), el Limbo de las Vanidades de El paraíso perdido de John Milton (1677); y el Mundo de los Espíritus en Del cielo y del infierno de Emauel Swedenberg (1758).
Asimismo, se pueden establecer puntos de conexión entre la imagen del Purgatorio ofrecida por la serie y por toda la tradición que la precede. Desde un enfoque interdisciplinario, esos paralelismos pueden llevarnos a tratar la siguiente cuestión ideológica, de raíz cristiana: qué puede hacer el hombre, en vida, para ganarse la salvación eterna. De igual modo, se puede plantear un problema histórico. Según la tradición cristiana, quien puede otorgar la redención es Dios y la Iglesia es su administradora en la tierra. La falta de transparencia en su gestión sobre las indulgencias para ganar la salvación se convirtió en un elemento de denuncia de la Reforma.
En conclusión, un examen pormenorizado de Lost nos ofrece la posibilidad de un viaje cultural a través de la mitología griega y la tradición cristiana, y establece puntos de enlace con la historia de la Iglesia Católica y la historia universal. Sin olvidar los elementos que recoge de los clásicos juveniles. Tal vez se podrían estudiar algunas de estas referencias históricas y culturales a partir del visionado de un capítulo de la serie en el aula.
Por tanto, si podemos encontrar todas estas huellas de la cultura canónica en Lost y las series televisivas ofrecen a su vez recursos narrativos que las obras literarias adoptan para ganar ritmo y captar el interés de los lectores, ¿no podríamos plantearnos que estamos ante una relación de retroalimentación? Es decir, la serie de televisión se alimenta de referencias de la Alta cultura que llegan al espectador a través del lenguaje audiovisual, mientras que ese discurso televisivo, reconocido como Baja cultura, es adoptado por la literatura. Por otra parte, he realizado un pequeña búsqueda en los bloc y foros en internet y he podido concluir que los espectadores reconocen esas referencias propias de la tradición clásica en Lost. Tengo la impresión de que una investigación más exhaustiva ratificaría mis conclusiones a este respecto. Así las cosas, considero que es un acierto que las nuevas narrativas audiovisuales partan de la tradición para crear ficciones con un trasfondo ideológico, que llegan al público adolescente y al público en general, gracias al ritmo y al efectismo propio del lenguaje audiovisual.





[1] Ortiz Ballesteros, Antonia María (2007): “Más allá de la animación lectora: la formación lecto-literaria de los jóvenes” CLJI Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil, Nº 205, Barcelona, p. 29.
[2] Op.cit., p.31.

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