sábado, 3 de diciembre de 2011

Sobre la construcción de género en la LIJ

La cenicienta que no quería comer perdices

Me gustaría compartir aquí las consideraciones y dudas que me surigieron a raíz de la lectura del artículo de Consol Aguilar "Género y formación de identidades".


En primer lugar, si partimos de la definición de género de Carlos Lomas y Amparo Tusón como construcción cultural, creo que encontramos en ella un pequeño resquicio para la esperanza. En las últimas décadas la mujer occidental ha ido alcanzado pequeñas metas que la han ido alejando de la representación tradicional de su identidad. Si bien es cierto que todavía queda mucho camino por recorrer, también lo es que ya no estamos en la línea de salida, sino a medio camino de alcanzar la meta final. Esos pequeños logros han ido resquebrajando el material con el que la cultura había construido el género femenino, y por esas grietas se ha ido colando nuevos componentes para redefinir la condición social de la mujer.
Y en esa nueva definición del género femenino, que supone asimismo una redefinición del masculino, puede tener una función fundamental la literatura infantil y juvenil. Para ello, creo que la última de las formas de intervención en la producción y transmisión de los cuentos, que apunta Teresa Colomer, puede resulta muy útil. De esta forma, la reutilización o reinvención de los motivos folklóricos, de acuerdo con los valores de nuestro tiempo, pueden producir cuentos que contribuyan a la revisión de la identidad de cada género.
Por otro lado, una nueva lectura de los cuentos tradicionales también puede contribuir al cambio de referentes culturales, ya que las primeras versiones de estos cuentos, antes de que fueran despojados de su crudeza original y los personajes femeninos fueran almibarados, ofrecen personajes femeninos más activos, protagonistas de una aventura vital como proceso de autodescubrimiento (quizá me estoy dejando llevar aquí por la interpretación psiconalítica de Bruno Bettelheim de cuentos como Cenicienta o Blancanieves).
Llegados a este punto, quería hacer una reflexión respecto a los problemas de los modelos sociales que refleja la literatura infantil y juvenil, que Teresa Colomer expone y recoge Consol Aguilar en su artículo. Es un hecho que la tradición literaria, que asocia determinados valores a lo masculino y a lo femenino, sigue pesando en los libros para niños y niñas. También lo es que la literatura no se puede alejar totalmente de la realidad social que rodea a sus lectores, y que la sociedad de consumo que produce, da a conocer, distribuye y vende los libros, es sexista. Sin embargo, creo que contamos con un arma para contrarrestar esa influencia: el mediador. El padre, el profesor, el animador cultural tendría que saber reconocer los modelos convencionales que se esconden debajo de las diferentes versiones de los cuentos tradicionales, de los clásicos o de los libros más nuevos para ponerlos en crisis. Mediante la reflexión y reinterpretación compartida entre el mediador y el lector, de esos modelos, el niño puede llegar a formarse una lectura crítica de los mismos. Con el tiempo, el lector tendrá las herramientas para hacer su propia lectura crítica. De todas formas, considero que la literatura, como cualquier manifestación cultural, ha de estar un poco más avanzada que la sociedad, para que esta se alimente de sus valores y evolucione sobre las bases que el ofrece la cultura.
Por último, encuentro otro motivo de esperanza en el hecho de que desde los años 70 hayan proliferado los libros y las colecciones donde se ofrecen nuevos modelos de hombres y mujeres que contravienen los patrones convencionales. Así, en los último cuarenta años se ha ido forjando una tradición literaria donde encontramos padres divorciados, familias monoparentales, mujeres trabajadoras de todas las clases sociales, y príncipes, que en lugar de buscar princesas, buscan a su príncipe azul. ¿Esto no es señal de que algo está cambiando? Como señalé al principio, es un proceso lento, y a lo mejor nos cuesta otros cuarenta años recorrer un nuevo trecho, pero lo importante es no quedarse al borde del camino.

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