sábado, 13 de junio de 2015

Mi biografía secreta

 
 
El primer ejercicio en el módulo"El oficio de escribir" dentro del curso de Escritura literaria para niños de la UAB consistía en escribir una biografía secreta. Pues bien, como los textos están para compartirlos y ser leídos, he decido traerlo aquí.

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Cuando pienso en narrarme, no puedo menos que pensar en la dificultad del propósito; ya que, en mi interior, hay más de una historia que contar. O dicho de otra forma, esa narración será siempre parcial e incompleta.
 
Puedo empezar por presentar a la editora de literatura infantil y juvenil frustrada, que nunca ha conseguido colarse en el ámbito de la edición que más le interesa. ¿Y por qué literatura infantil y juvenil? Porque cuando tengo entre mis manos un libro infantil, quien lo lee es la niña que fui. Como Ursula Nordstrom, “alguna vez fui niña y no me he olvidado de nada”. ¿Y quién es esa niña? A veces pienso que mi interés por la literatura infantil responde realmente a mi necesidad de reconciliarme con ella.

Desde que llegué al colegio, introvertida y miedosa, me convertí en el patito feo, de quien las demás niñas se burlaban, por el hecho de que no sabía pronunciar la c (el sonido [k]). Mis padres no supieron darme el apoyo para solucionar este problema de pronunciación ya que, como me cuenta mi madre, el dinero que costaba el logopeda era el dinero que mi padre ahorraba cada mes. Así que no aprendí a pronunciar la dichosa c hasta los 21 años, cuando, ya siendo casi una adulta, les hice entender la necesidad de solucionar el problema que me había perseguido durante toda mi niñez y adolescencia. Aunque estoy convencida de que este defecto en el habla ha influido en mi desarrollo emocional hasta mi edad adulta, tampoco determinó una infancia infeliz. O será que las expereriencias negativas coexisten con las positivas. Tengo muchos recuerdos felices de mi niñez pertenecientes al ámbito familiar, como los juegos con mi hermana, los mimos de mis padres, las historias de mis abuelos, los veranos en el pueblo, los largos viajes en coche, las visitas a casa de mis primos, los paseos en bicicleta con la pandilla de la urbanización, y otras muchas vivencias que llenaron aquellos años.

Mi relación con la lectura tiene mucho que ver con mi hermana, quien siempre ha sido una ávida lectora. Desde pequeñita la admiré y la imitaba. Así que, viéndola leer, yo también leía. Recuerdo los cuentos troquelados; la colección “Miniclásicos Toray”, que publicaba adaptaciones de María Pascual de obras como El Rey Lear, La Fierecilla Domada y El mercader de Venecia; y novelas como Abuelita Opalina y La hija del espantapájaros, publicadas en la colección “El Barco de Vapor” de SM, o el libro de cuentos de Juan Farias Algunos niños, tres perros y más cosas.

Hay un cuento que tengo siempre muy presente, cuyo título no logro recodar. Era un cuento troquelado de cartón, encuadernado con una grapa. Me lo regaló mi abuelo materno. Cuenta la historia de una niña que sale a pasear y se encuentra con otra que está estrenando unos preciosos zapatos rojos. De repente, empieza a llover y la primera niña saca su paraguas. La niña de los zapatos rojos le quita el paraguas argumentando que como ella lleva zapatos nuevos, no debe mojarse. Al final de la historia, la protagonista acaba mojada y diciendo a media voz: "Yo tampoco quiero mojarme". A veces, siento que esa niña que se moja bajo la lluvia está ahí, en un rinconcito de mi corazón, y que debo darle historias para que viva vidas diferentes, en las que tenga coraje y se defienda, en las que viva aventuras maravillosas que le otorguen confianza en sí misma y, como no, para que nunca se olvide de jugar.

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Tiempo después encontré información sobre el cuento al que me refiero en el texto. Se trata de Las zapatillas rojas, de Maria Pascual, publicado por Toray.

 

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