Cartel promocional de la película Harry Potter y la Piedra Filosofal |
Es un hecho que cualquier reflexión que hagamos sobre la formación del lector literario vendrá acompañada del eterno debate sobre la Alta y la Baja cultura. En esta ocasión, traigo aquí una modesta aportación crítica creada a partir de la lectura del siguiente artículo.
A partir de los diferentes temas abordados en el artículo a cerca
de la literatura juvenil se pueden retomar algunos de los asuntos más
discutidos en torno a la producción y recepción de libros para jóvenes.
El nuevo lector adolescente, como
resultado de una educación sentimental cuyos principales referentes culturales
han sido adquiridos a través de la cultura de masas, se ha incorporado a un
mercado de consumo globalizado donde el libro se ha convertido en una mercancía
más. El sector del libro ha reaccionado rápidamente ante las nuevas
circunstancias y ya no se dirige al mediador adulto (el maestro o el padre)
sino a su lector final. Sin embargo, el adolescente sigue siendo un lector en
formación que “sigue necesitando (...) la tutela de un experto”[1].
Es cierto que estos libros que no forman parte del “canon” literario aglutinan
a los lectores fuera del ámbito escolar, donde la función del mediador está más
presente, aunque pueda verse reducida al papel de consejero. Por otro lado, es
en el espacio escolar donde el lector podría extraer todos los significados de
esas narrativas complejas de las nuevas lecturas adolescentes que les proponen
las editoriales. Antonia María Ortiz Ballesteros[2]
nos da las claves para llevar la lectura al aula y contribuir a la educación
lectora. Son las siguientes: la interdisciplinariedad, la intertextualidad y la
literatura comparada; y la relación de la lectura con otros códigos. Así, con la lectura de la saga de Harry
Potter se pueden trabajar en el aula la tradición anglosajona de seres
fantásticos y de la noche de brujas, el mundo de la magia desde la leyenda del
Rey Arturo y el Mago Merlín, la mitología grecolatina y la tradición alquímica.
De esta manera, se podrían presentar a los estudiantes toda una serie de
referentes comunes de la tradición occidental canónica a partir de una serie de
libros no admitidos por el canon. Además, si se trabajara con las películas,
estaríamos ante un ejemplo de cómo un producto de la cultura de masas es transmisor
de la Alta cultura.
Llegados a este punto en el que
hemos entrado de lleno en el debate sobre qué son la Alta y la Baja cultura, me
gustaría hacer una reflexión de cómo determinadas manifestaciones culturales
consideradas como pertenecientes a la cultura de masas, son producto del
bricolaje o bricoleur, siguiendo la terminología del antropólogo
Lévi-Strauss, de referencias de series televisivas, películas, cómics y también
de obras literarias. De igual modo, querría demostrar que responden, al igual
que las formas culturales de la tradición, a un nuevo afán de explicar el orden
del mundo.
Para hacer esta reflexión me
centraré en el caso de la serie televisiva Lost (2004-2010). Gemma Lluch
expone en su artículo qué recursos narrativos han sido trasladados de la serie
a la literatura juvenil. En mi caso, intentaré exponer las deudas que ha
contraído la serie televisiva con la cultura canónica. Para ello, he seguido el
análisis que el profesor de antropología Manuel Delgado hace de la serie en su
bloc, en el post titulado “Deconstruyendo Lost. La isla como puente y como frontera”, donde sistematiza las referencias de la Baja y la Alta cultura
que están en el argumento y en la ideología de la serie. Como he apuntado
antes, me interesan en este caso las relaciones que establece con la Alta
cultura.
En este sentido, Manuel Delgado apunta la influencia de novelas como La
isla del tesoro de Robert Louis Stevenson,
La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, Él péndulo de Focault
de Humberto Eco, El señor de las moscas de William Golding y La
isla misteriosa de Julio Verne. Si bien es cierto que de estas obras
literarias se extraen muchos de los elementos propios de la narrativa de
aventuras como el aislamiento de los personajes en un determinado lugar, normalmente
en una isla, o el enfrentamiento encarnizado y brutal entre los personajes por
la supervivencia; el antropólogo va más allá, para encontrar las fuentes
ideológicas de dónde bebe el significado profundo de la serie. Se trata de una
interpretación espiritual que nace de la convivencia de varias líneas de
pensamiento místico, como el neognosticismo y el neoorfismo, propios de los
años 60. Estas líneas de pensamiento son herederas, a su vez, de la tradición
cristiana y de la mitología griega. De toda esa tradición se nutre la serie en
el planteamiento de los personajes protagonistas como principios antagónicos
(el Bien frente al Mal), y en la condición de la isla como umbral entre tres
mundos: el Cielo, el Infierno y el mundo de los vivos. En la figuración de la
isla como ámbito fronterizo reside toda una tradición que ha creado diversas
formas de antesalas al mundo de los muertos. Manuel Delgado apunta las
principales referencia en su post: el Antepurgatorio de La divina comedia
de Dante (1321), el Limbo de las Vanidades de El paraíso perdido
de John Milton (1677); y el Mundo de los Espíritus en Del cielo y del infierno
de Emauel Swedenberg (1758).
Asimismo, se pueden establecer puntos de conexión entre la
imagen del Purgatorio ofrecida por la serie y por toda la tradición que la
precede. Desde un enfoque interdisciplinario, esos paralelismos pueden
llevarnos a tratar la siguiente cuestión ideológica, de raíz cristiana: qué
puede hacer el hombre, en vida, para ganarse la salvación eterna. De igual
modo, se puede plantear un problema histórico. Según la tradición cristiana,
quien puede otorgar la redención es Dios y la Iglesia es su administradora en
la tierra. La falta de transparencia en su gestión sobre las indulgencias para
ganar la salvación se convirtió en un elemento de denuncia de la Reforma.
En conclusión, un examen
pormenorizado de Lost nos ofrece la posibilidad de un viaje cultural a
través de la mitología griega y la tradición cristiana, y establece puntos de
enlace con la historia de la Iglesia Católica y la historia universal. Sin
olvidar los elementos que recoge de los clásicos juveniles. Tal vez se podrían
estudiar algunas de estas referencias históricas y culturales a partir del
visionado de un capítulo de la serie en el aula.
Por tanto, si podemos encontrar todas estas huellas de la cultura
canónica en Lost y las series televisivas ofrecen a su vez recursos
narrativos que las obras literarias adoptan para ganar ritmo y captar el
interés de los lectores, ¿no podríamos plantearnos que estamos ante una
relación de retroalimentación? Es decir, la serie de televisión se alimenta de
referencias de la Alta cultura que llegan al espectador a través del lenguaje
audiovisual, mientras que ese discurso televisivo, reconocido como Baja
cultura, es adoptado por la literatura. Por otra parte, he realizado un pequeña
búsqueda en los bloc y foros en internet y he podido concluir que los
espectadores reconocen esas referencias propias de la tradición clásica en Lost.
Tengo la impresión de que una investigación más exhaustiva ratificaría mis
conclusiones a este respecto. Así las cosas, considero que es un acierto que
las nuevas narrativas audiovisuales partan de la tradición para crear ficciones
con un trasfondo ideológico, que llegan al público adolescente y al público en
general, gracias al ritmo y al efectismo propio del lenguaje audiovisual.
[1] Ortiz
Ballesteros, Antonia María (2007): “Más allá de la animación lectora: la
formación lecto-literaria de los jóvenes” CLJI Cuadernos de Literatura Infantil
y Juvenil, Nº 205, Barcelona, p. 29.
[2] Op.cit.,
p.31.
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